martes, 1 de julio de 2014

Siste Viator


Por MP (escrito en mayo de 2012, luego de mi primera visita a Buenos Aires tras radicarme en San Luis) 

* Vuelta a Buenos Aires después de siete meses. A medida que el micro ingresa en la ciudad distingo las callecitas estrechas, mezquinas, las casas iguales y apretujadas, los árboles abatidos y los techos sucios de hojas, bolsas y papel de diario. Son casi las once de la mañana y me alegro de que el cielo esté nublado, de que no sea una prepotencia de azul. Pienso que el color plomizo le conviene a Buenos Aires, que sus fachadas, sus esquinas, sus terrazas conviven mejor en un ámbito gris y uniforme. Al igual que París, su hermana de ultramar, Buenos Aires debería ser siempre en blanco y negro.  

* Ni de mañana, ni en la diurnalidad, ni en la noche vemos de veras la ciudad (J. L. Borges)  

* Como tengo que retirar mi documento, pero no sé cómo ir en colectivo decido caminar. Súbitamente, me acuerdo de un pésimo poema que escribí hace unos años y que terminaba con la frase camino los quinientos cuarenta y nueve pasos / que me separan del registro civil / mientras evalúo en qué invertir / tanta soledad infinitesimal. Sospecho que en esta ocasión la cantidad de pasos será mayor aunque tampoco puedo estar seguro, en cualquier caso el día está ventoso, húmedo y tengo ganas de pasear. Doy con la avenida Alem y avanzo en dirección a Paseo Colón, sobre la ancha vereda que rechaza la luz y que parece un largo pasillo con columnas y candelabros rotos. Veo bancarios, oficinistas, empleados de call center fumando en la vereda. En Buenos Aires, fumar también es una necesidad estética, una forma de agregar más gris al gris. También los rostros son grises, manchados de smog y cenizas. No digo que estén tristes, pero da la sensación de que tienen el corazón fosilizado. Sigo caminando. Más adelante, escucho una melodía de tango. Cuando estoy más cerca compruebo que un señor de saco negro y zapatos entona “Garganta con arena”. A excepción de unos empleados municipales que están almorzando unos sandwiches de fiambre en la entrada de un edificio, la cuadra está vacía. Ellos escuchan, en silencio.



* “Los silbidos, la gente que iba silbando por la calle, eso era lo que extrañaba de Buenos Aires” (extracto de “Martín Hache”).

* En casa de mi hermana, vi el último pedazo de la película de Aristarain y supe enseguida que querría volver a verla. Ahora me pregunto si aquel cantor que dedicaba su tango a los barrenderos en Alem no será uno de los nombres de la nostalgia, algo así como los silbidos, o como los techos feos, cuadrados y blancos que Hache extrañaba de Buenos Aires.

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