Por MP (escrito en mayo de 2012, luego de mi primera visita a Buenos Aires tras radicarme en San Luis)
* Vuelta a Buenos Aires después
de siete meses. A medida que el micro ingresa en la ciudad distingo las
callecitas estrechas, mezquinas, las casas iguales y apretujadas, los árboles
abatidos y los techos sucios de hojas, bolsas y papel de diario. Son casi las
once de la mañana y me alegro de que el cielo esté nublado, de que no sea una prepotencia de azul. Pienso que el
color plomizo le conviene a Buenos Aires, que sus fachadas, sus esquinas, sus
terrazas conviven mejor en un ámbito gris y uniforme. Al igual que París, su
hermana de ultramar, Buenos Aires debería ser siempre en blanco y negro.
* Ni de mañana, ni en la
diurnalidad, ni en la noche vemos de veras la ciudad (J. L. Borges)
* Como tengo que retirar mi
documento, pero no sé cómo ir en colectivo decido caminar. Súbitamente, me
acuerdo de un pésimo poema que escribí hace unos años y que terminaba con la
frase camino
los quinientos cuarenta y nueve pasos / que
me separan del registro civil / mientras evalúo en qué invertir / tanta soledad infinitesimal. Sospecho que en esta
ocasión la cantidad de pasos será mayor aunque tampoco puedo estar seguro, en
cualquier caso el día está ventoso, húmedo y tengo ganas de pasear. Doy con la
avenida Alem y avanzo en dirección a Paseo Colón, sobre la ancha vereda que
rechaza la luz y que parece un largo pasillo con columnas y candelabros rotos. Veo
bancarios, oficinistas, empleados de call center fumando en la vereda. En
Buenos Aires, fumar también es una necesidad estética, una forma de agregar más
gris al gris. También los rostros son grises, manchados de smog y cenizas. No
digo que estén tristes, pero da la sensación de que tienen el corazón
fosilizado. Sigo caminando. Más adelante, escucho una melodía de tango. Cuando
estoy más cerca compruebo que un señor de saco negro y zapatos entona “Garganta
con arena”. A excepción de unos empleados municipales que están almorzando unos
sandwiches de fiambre en la entrada de un edificio, la cuadra está vacía. Ellos
escuchan, en silencio.
* “Los
silbidos, la gente que iba silbando por la calle, eso era lo que extrañaba de
Buenos Aires” (extracto de “Martín Hache”).
* En casa de mi hermana, vi el
último pedazo de la película de Aristarain y supe enseguida que querría volver
a verla. Ahora me pregunto si aquel cantor que dedicaba su tango a los
barrenderos en Alem no será uno de los nombres de la nostalgia, algo así como
los silbidos, o como los techos feos, cuadrados y blancos que Hache extrañaba
de Buenos Aires.
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