martes, 1 de julio de 2014

Hommage à B. E.

Por MP (escrito en junio de 2011; inspirado en la interpretación de "Spring is Here" por el trío de Bill Evans que figura en no recuerdo qué disco del sello Blue Note)

No hace falta verlo para saber que está sentado en el borde del abismo, saco de tweed y raya al costado, tranquilamente acomodado entre el Baldwin y la Nada y como suspendido en una paz totémica, en una calma profunda que nos hace pensar en esos sonámbulos que arrancan flores a la orilla de un precipicio. Pero no todo es ensueño, lo de los ojos cerrados y por eso retrocedemos cuando el cognoscente proclama “lírico”, dictamina “salvaje”, porque sospechamos la orfandad de sentido detrás de las palabras, porque entrevemos una esencia de Apolo sublunar en esos modales de muchacho de New Jersey y sobre todo porque el piano —que más que un piano es un sismógrafo— ya deja escapar el primer suspiro de Spring is Here, y entonces es el vértigo en el estómago, los primeros síntomas de apunamiento a la inversa y los ojos acostumbrándose a la penumbra primigenia, al descenso ineluctable mientras desde arriba unas manos blanquísimas nos mantienen a flote, nos atrapan y nos abandonan a una caída libre en cámara lenta y desde algún lugar, atravesando el aire negro, aparece la vara de Motian golpeando el disco solar, desparramando luciérnagas subterráneas como chispas fosforescentes que van inflamando el túnel por donde asciende la purísima letanía de Bill Evans, y un poco más abajo, el ronroneo del contrabajo bogando como un sifonóforo ciego, caprichosamente luchando y estremeciéndose en las manos del capitán LaFaro que amenaza con sofocarlo con un golpe de arco. Ya casi tocamos fondo cuando deviene el derrumbe, un martilleo luminoso abre la garganta del túnel y nos deposita en un espacio vastísimo, una ciudadela minada de terrones preciosos, de ruinas incandescentes, y en el momento menos pensado Stars appear! y nos preguntamos por qué esta vez la noche nos invita, qué tiene de especial y quizás entonces entendamos que para escuchar a Bill Evans mejor apagar las estrellas, rodar hasta el corazón de las Marianas sin Trieste, sin Rama Dorada, caer en un sueño milenario hasta que algo nos termine por despertar, una ausencia, un sismo. Después del último derrumbe a nadie se le escapa que este descenso también era una ilusión, que no era otra cosa que las fantasmagorías terrenales levantando vuelo como himnos eucásticos, sublimándose, buscando la comunión en el brillo incorrupto de las esferas celestes, y nosotros, simples testigos del engaño, desplazados y anestesiados por la melopea encantatoria, despertamos con un cosquilleo en la punta de la lengua y los oídos y nos sentimos confundidos y a salvo, un poco como Jacob pero sin escalera, sin ángeles, sin sed. 

fotografía de David Redfern
 

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