Por MP
Pululan en casi todas las grandes (y no tan grandes) ciudades. En San
Luis, por ejemplo, su número es aún incipiente pero imagino que en Buenos Aires
son legión. Su rostro es un misterio, porque avanzan con la cabeza gacha, como
toros a punto de embestir un objetivo invisible y desconocido. Sin embargo, solamente
a partir de la observación de la parte superior de sus cabezas podemos inferir
algunos datos útiles: sexo, edad, régimen higiénico, gustos musicales,
inclinación política, extracción social…
Sólo renuncian a mirar hacia abajo en las esquinas; aunque algunos, más
osados, confían plenamente en su sentido auditivo y evitan esas desagradables
interrupciones.
Las lenguas maliciosas aseguran que arruinaron la industria del sombrero,
aunque lo cierto es que ya estaba arruinada desde mucho antes. A mí, su
desprecio por el mundo tangible me da ternura. Creo que me caen bien.
Después de esquivar a dos o tres ejemplares de esta especie llegué a casa
y abrí la página de la RAE para sacarme una duda:
cabizbajo, ja.
1. adj. Dicho de una persona: Que tiene la cabeza inclinada hacia abajo por
abatimiento, tristeza o cuidados graves.
Basta
salir a la calle para ver que los “cabizbajos” —ese lumpen género urbano— son en
realidad transeúntes compenetrados con sus dispositivos en una íntima y
placentera comunión. La inclinación de sus cráneos no es signo de abatimiento
sino de felicidad. A un improbable visitante de otro mundo, perturbado por el
comportamiento de esta singular raza, lo podríamos tranquilizar con una mano
en el hombro y una dramática revelación: “No están tristes; juegan al Candy Crush”.
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